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Vuelvo después de mucho tiempo de exámenes porque, de alguna manera, ya toca exprimirme. Necesito expresarme, necesito que, aunque no le hable a nadie, quede constancia de que es aquí donde hablo. Necesito escribir porque necesito sentirme fiel a mi mismo.

He estado viendo un capitulo de una serie, Cinco Hermanos. Es un capítulo que ya había visto aunque no desde la misma perspectiva con la que lo vi la primera vez. Trata de Kevin. Supongo que no es el personaje mas conocido de la historia de la televisión. Es un joven abogado, sin hijos, de vida normal, ojos azules y gay. El capitulo, en fin, no cuenta sino lo de siempre. Drama, drama y drama. Pero más allá de ello (que me encanta) trata de un tema realmente profundo. ¿Realmente aceptamos las diferencias? ¿Aceptamos a los que son diferentes? Y lo más importante, ¿Nos aceptamos a nosotros mismos?

Empezaría respondiendo que nadie es diferente, que, simplemente, cada uno es como es. Pero eso me cuesta hasta creerlo a mi mismo. A mi mismo. En el capítulo, Kevin, siendo adolescente todavía, se asustó. Se asustó de si mismo, de lo que sentía. No estaba bien visto y no podía saberlo nadie. Ni si quiera él mismo podía saberlo, era malo. El resultado fue una pelea, un chico paralítico y un corazón roto. Un corazón que tardaría años en recomponer. Un corazón escondido que solo luchaba por salir. Un corazón que no tenía, sin embargo, la suficiente fuerza como para latir.

Y a partir de aquí, podríamos adornar todo de palabras muy bonitas, pero todo se resume en que o cambias tu perspectiva de ti mismo, o nadie va a cambiar tampoco con respecto a ti.